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Don Emilio Fuertes, capellán de Tecnun, escribe el siguiente artículo con motivo de la Navidad
“Ya entiendo. Es algo demasiado vago para expresarlo con palabras. No, al revés. Son las palabras las que son demasiado vagas. La realidad no puede ser expresada con propiedades porque es algo demasiado concreto para el lenguaje”. C.S, Lewis
Cuenta C.S Lewis en su autobiografía como después de sus años de ateísmo y agnosticismo, y de permanente contacto con la literatura mitológica antigua y las sagas medievales, se encontró ante los Evangelios. La formación literaria que ya había adquirido le impedía considerar los Evangelios como unos simples mitos. “No tenían el gusto mítico –escribe-. Y, sin embargo, el mismo tema que narran de un modo histórico y poco artístico, era precisamente el tema de los grandes mitos. Si alguna vez un mito se hubiese hecho realidad, si un mito se hubiese hecho carne, sería exactamente como los Evangelios”. Advirtió que no había nada parecido a los Evangelios en toda la literatura, y, en cierto modo y al mismo tiempo, todos los mitos se parecían a ellos.
Eso es precisamente la Navidad: el más grande de todos los mitos, el fundamento de todas las sagas, es un hecho real, ha tenido lugar. La Navidad recuerda el momento en el que el Dios eterno e infinito ha penetrado el mundo y el tiempo.
Hay realidades tan profundas y grandiosas que, si se vuelcan en palabras, inevitablemente quedan empobrecidas. De ahí surge el relato, el mito y la leyenda, que es un modo de expresar con una profundidad mayor lo inefable (que no puede hablarse, literalmente).
Las palabras son demasiado vagas, demasiado pobres, demasiado limitadas, para expresar una verdad religiosa tan deslumbrante y al mismo tiempo tan sencilla como ésta: “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito”.
El relato de la Natividad de Jesús no puede ser más sencillo. Incluso simple. El escritor –Lucas- ofrece una narración sin poesía, sin adjetivación, sin retórica… Y en su sorprendente sencillez conmueve y afecta a quien se acerca a esas palabras sin ideas preconcebidas. Y conmueve porque esa narración tiene el sabor de lo verdadero, de lo real, y encaja con los anhelos interiores de todas las personas. Inquieta porque tanto Augusto, como Cirino, son personajes históricos bien conocidos en la historia antigua. Invita a detenerse en esos hechos porque la geografía donde tienen lugar es muy concreta (Nazaret y Belén son ciudades que podemos visitar hoy). Y emociona porque el escritor se limita a decir lo que sabe, sin añadir nada, aunque sabe que está narrando un imposible necesario.
Este es el momento crucial: Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
Lewis quedó turbado, conmocionado, por estas palabras, en realidad por todos los Evangelios. Toda su erudición literaria acumulada sobre las epopeyas, las sagas, los mitos y las leyendas tenía aquí su aplicación, y al mismo tiempo sabía, tenía certeza, de que ese no era un texto mítico, legendario, fruto de las tradiciones orales que se pierden en la niebla de la historia. Y se quedó “sorprendido por la alegría” (título de su autobiografía, Surprised by joy).
La fiesta de Navidad arranca de esta sorpresa. La misma palabra –Navidad- despierta ya la alegría. Pero es una alegría con unos cimientos sólidos. Es tanto el estupor de saber que lo inefable ha tenido lugar, que la alegría se desborda. Es una fiesta que se apoya y descansa en bases muy firmes. Los regalos, el buen trato, el clima de amabilidad de estos días, proceden de aquella primera Natividad, del Nacimiento por excelencia. Si en otros momentos de la historia ha sido preciso rescatar la Navidad de un halo de tristeza, en el siglo XXI quizá se hace necesario rescatarla de la frivolidad, del intento voluntarista de alegrarse sin un motivo para estar alegre.
La Navidad sí tiene un fundamento. Estamos sorprendidos por la alegría de saber que el Cosmos no es un lugar inhóspito, admirable, grandioso pero frío y terrible… El Cosmos es un hogar porque Dios se ha hecho hombre, ha entrado en el tiempo, se ha inclinado sobre la criatura hasta ponerse a su mismo nivel, hasta ser un Niño que se puede abrazar.