El 19 de marzo celebraremos en la Iglesia la fiesta de San José, el padre de Jesús. Este hombre inadvertido, alejado de los círculos de poder y de decisión de su época, fue elegido por la Providencia Divina para la más importante misión que ningún hombre haya tenido: ser el padre de Jesús de Nazaret. 

Si pensamos en el hijo, entenderemos la grandeza de la tarea del padre. En el siglo I el quehacer del padre era decisivo –todavía más que hoy- en la formación y educación de los hijos, puesto que no existían sistemas organizados de educación para todos, y el hijo heredaba, casi sin excepción, la profesión paterna. A esto debemos añadir la enorme autoridad que el patriarca tenía tanto en Israel, como el paterfamilias en Roma. José tuvo que proteger, educar, instruir en el trabajo, en la vida a Jesús, el Hijo de Dios. 

¿Qué razones había para elegirlo? ¿Qué podría haber puesto en su perfil de LinkedIn? La verdad es que su currículum no sería deslumbrante, pero tampoco estaría en blanco. 

San José pertenecía a la familia más ilustre de Israel, la casa y familia de David, el rey más importante de la historia de ese pueblo. Tenía experiencia profesional en su trabajo de artesano, carpintero, técnico… Muchos autores se inclinan a pensar que el término con el que se le designa en los textos originales (faber en latín, τεχτων en griego) no es tanto un carpintero como un maestro de obra, capaz de hacer muebles como un carpintero, o de arreglar un arado, o un yugo, pero también de dirigir una pequeña obra. Es bastante lógico si pensamos que la población de Nazaret, en Galilea, donde vivía y trabajaba no pasaba de los 300 habitantes, y ese número de potenciales clientes no es suficiente para un trabajo como el de artesano o carpintero. 

Los escrituristas y arqueólogos han pensado que José trabajó en la construcción de la importante ciudad de Séforis, situada a unos siete kilómetros de Nazaret. Herodes Antipas hizo de ella la ciudad más importante de Galilea, con varias termas y algún teatro cuyas excavaciones se han realizado ya. Las obras exigirían trabajadores especializados del contorno, y no solo mano de obra inexperta. Si esto es así, y es muy verosímil, José, que hablaría habitualmente arameo, también hablaría griego (el inglés de la Antigüedad) para entenderse con los ingenieros y arquitectos romanos de Herodes, y Latín (Galilea era una provincia que pertenecía al Imperio Romano, y la lengua oficial era el latín) además del hebreo, lengua empleada para la piedad litúrgica judía.

Fue San José un profesional lleno de ingenio, casi un ingeniero. En su tarea como padre de Jesús debió tomar decisiones difíciles y asumir responsabilidades valientes y de importancia en poco tiempo (como desplazarse a Egipto) en una época histórica donde no había seguridad jurídica alguna. 

Con los pocos datos que tenemos podemos hacernos una idea bastante clara de la personalidad de este hombre.
Sabemos que era prudente, así se desprende de los textos que nos hablan de él: sopesa las decisiones que debe adoptar, no aparece como un hombre inquieto, sino sereno en esa ponderación de los pasos a seguir. Le vemos valiente, conoce los planes del tirano que busca matar a su hijo, y no se demora en ponerse en camino. Sabe ser versátil, para cambiar una zona confortable y conocida por un país diferente –Egipto- donde debe comenzar desde cero. Reza con profundidad y se fía de la voz de Dios, es hombre de fe.

Sin embargo, quizá por encima de todo nos llaman la atención dos rasgos distintivos, ambos elocuentes y ambos tremendamente actuales.

El primero es sorprendente: no conocemos ni una sola palabra pronunciada por él. José es el hombre de los silencios. Actúa con determinación, pero habla poco. Es puesto a prueba una y otra vez en su vida, pero confía y no se le escapa ni una queja. Se enfrenta a proyectos complejos, pero no los propaga para darse importancia. Es hombre de silencios y pensamientos profundos ¡Cuánto necesita este momento de nuestra historia del silencio! Para sopesar los planes, para acertar con los proyectos, para contemplar la belleza, para escuchar a los otros…

El otro rasgo que deseo resaltar no es más que la consecuencia. José es fiel. Afronta los peligros y dificultades sin dudar de su misión. Es fiel a lo que se le pide. Nada tiene en común con ese hombre que describe nada menos que Gandalf en El Señor de los Anillos: “desleal es aquel que se despide cuando el camino se oscurece”. José es fiel en medio de muchos momentos de incertidumbre, de dudas y de oscuridad. Es el hombre fiel por antonomasia.