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El taller es una excusa para conocer su historia
Marta Iturriza e Izaro Lizarralde pasan una tarde con personas con SIDA o enfermedad mental
En lo alto del barrio de Loiola, cerca del Instituto La Salle, viven 12 personas con SIDA o enfermedad mental. El centro socio-sanitario, conocido como Villa Betania, está gestionado por Cáritas Gipuzkoa. Hermanas de la Caridad conviven cada día con estas personas con el fin de garantizar su bienestar y acompañarles en el proceso de deterioro físico o cognitivo que atraviesan. La exclusión social sigue siendo la principal barrera de estas personas. Y, como contaba una hermana, muchas veces son ellos mismos lo que se aíslan y buscan la tranquilidad en la soledad.
La realidad de Betania es diversa. No pueden hacerse generalizaciones ya que “cada uno es distinto”. Lo asegura la doctoranda Marta Iturriza tras haber mantenido un primer contacto con ellos. Vio que Tantaka Tecnun, Banco de Tiempo Solidario de la Escuela, ofrecía la posibilidad de participar en un voluntariado esporádico. “Talleres a personas en situación de exclusión social”, decía uno de los carteles que adornaban el edificio de Ibaeta. Sin embargo, Marta prefiere huir del término voluntariado. “Me apunté por hacer algo diferente. Ver otras realidades que existen cerca de nosotros”, confiesa. “Pero todos somos personas. Se trata de normalizar, porque para nosotros podía ser violento al principio, pero para ellos también. Hay que quitarle hierro al asunto y ver la actividad como un momento de estar todos juntos”, continúa esta ingeniera donostiarra.
La profesora Izaro Lizarralde comparte la visión de Marta. Acompañó a esta doctoranda a Villa Betania y junto a Patricia Maraña, también doctoranda del Departamento de Organización Industrial, pasaron la tarde haciendo manualidades navideñas con los usuarios.
Ese mismo día compraron el material: arroz, calcetines, botones, lana y cartulina, con la idea de hacer unos muñecos de nieve, un belén o estrellas de colores que pudieran dar un toque navideño a las instalaciones. No obstante, corrían el riesgo de que a alguno no le gustara demasiado la idea. Antes de conocerles, se preguntaban: “¿Qué vamos a aportarles nosotras? No sé si hemos preparado algo muy para niños. Pero es que son adultos, gente normal…”. El miedo a lo desconocido se diluyó tras dos horas con ellos recortando papeles, escuchando la radio, hablando de sus gustos musicales o de lo que cenarían esa misma noche. “Salí muy contenta porque vi que habían respondido bien y que ellos habían estado también a gusto con nosotras”, destaca la profesora Izaro.
“El taller es una excusa para conocer su historia. La clave para interactuar está en darles a cada uno su protagonismo, su papel. Inclusive nosotras. Que todos tuviéramos algo que hacer para pasar la tarde”, se sincera Marta. “Hay que tirar un poquito de ellos y que no sientan que venimos, hacemos el taller y nos vamos. Darles su espacio para que sean ellos los que cuenten lo que quieran”, aconseja Izaro tras esa primera experiencia.
Ambas tienen claro que es necesario tener una inquietud para apuntarse a una actividad social. “Tienes que tener un toque de conciencia y de querer realmente ayudar para apuntarte”, coinciden. “Siempre pensamos que hay que irse fuera para ayudar, pero no es así”.
Ahora están organizando un taller para el mes de febrero, puesto que “este proyecto cobra sentido si vuelves”. Barajan la posibilidad de hacer trufas en un taller de cocina e incluso de invitarles a ver un partido de la Real Sociedad, equipo en el que tanto Marta como Patricia Maraña juegan asiduamente.