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¿Se podrá conducir un coche con la mente?

05/07/2024

Publicado en

Expansión

Javier Díaz |

Profesor de Tecnun-Escuela de Ingeniería de la Universidad de Navarra

El novedoso implante cerebral de Elon Musk hizo saltar todas las alarmas, cuando el 29 de enero publicó en X el éxito de su primera intervención quirúrgica implantando un dispositivo cerebral en un humano. Este desarrollo, llevado a cabo por su start-up Neurolink, es un nuevo paso hacia la posibilidad de que algún día todos podamos estar conectados mentalmente e interaccionar con cualquier dispositivo. 

Tras la publicación de Musk, hubo cierta intranquilidad por la posibilidad de que nuestros pensamientos fueran leídos. Empezaron a surgir dudas de si en el futuro el ser humano podrá o no llevar a cabo tareas como conducir un coche con la mente. De hecho, al mes siguiente, en España, durante una sesión a puerta cerrada en la oficina de ciencias y tecnología del Congreso de los Diputados, un comité de expertos trató la disrupción de las neurotecnologías. El principal desafío era garantizar la privacidad mental.

Sin embargo, pienso que para responder si podremos o no conducir un coche con nuestros pensamientos y, por tanto, poder considerar su viabilidad, es necesario explicar qué implica esa conexión. Para empezar, existe una cierta confusión al encontrar afinidades entre el cerebro humano y las máquinas. En ocasiones, simplificamos la comparación y asociamos las 86.000.000.000 neuronas que se estima que tiene el cerebro con los 134.000.000.000 transistores que tiene, por ejemplo, un microprocesador.

Comparaciones de este tipo nos llevan a creer que se entiende cómo funciona el cerebro o que podemos medir los pensamientos. Sin embargo, estas afirmaciones resultan engañosas mientras que no se fundamente cuál es la base física de la mente. El cerebro es un órgano que se puede examinar, pero la mente no se puede ver ni tocar. A través de señales cerebrales, podemos detectar ciertos deseos o intereses de la persona a la que monitorizamos.  Por ejemplo, somos capaces a día de hoy de identificar si una persona desea girar a la derecha o a la izquierda, avanzar o frenar. Pero el salto a la conducción de un automóvil parece inalcanzable en este momento.

Para poner en perspectiva a lo que me refiero, propongo una analogía con el descubrimiento de la estructura del ADN de James Watson y Francis Crick, en 1953. Antes de su descubrimiento, conocido como “la doble hélice”, no se sabía nada sobre el ADN. Solo que había una cierta transmisión de padres a hijos y que estos se parecían a sus progenitores. Se desconocía cómo o por qué sucedía, pero se observaba una realidad que lo soportaba: de un padre y una madre de raza blanca, no nacía un niño de raza negra. En la actualidad, gracias a este descubrimiento, quien quiere conocer cómo se produce esta herencia puede agarrarse a una realidad física, cuantificable, medible y observable. Se ha fundamentado que el ser humano queda expresado mediante 3.000.000.000 moléculas llamadas nucleótidos, cada una compuesta por cuatro posibles letras (A, C, G y T). Desde que se describió la doble hélice hasta hoy, un número incalculable de personas se han esforzado por relacionar las cuatro. Y las relaciones que se tratan de realizar son, prácticamente, cualquier cosa que se nos pueda ocurrir. Divagar sobre las posibilidades que se dibujan al conocer el ADN de las personas deja de ser algo más que una historia de ciencia ficción.

Sin embargo, un descubrimiento así no se ha dado todavía en el cerebro. La ciencia ha encontrado múltiples relaciones observables entre el cerebro y la mente, pero no existe una explicación definitiva que pueda ponernos en movimiento. No hay una descripción física de la memoria, aunque hay evidencias de que la memoria tiene un soporte físico.

Cuando el cerebro se deteriora una persona puede llegar a olvidar su nombre, a perder su identidad. Pero, ¿cuál es ese soporte físico? 

Mientras no se descubra un fundamento como el que sucedió con la genética, no debería de preocuparnos que puedan leerse nuestros pensamientos. Y, por tanto, las especulaciones y expectativas sobre el cerebro deberán de ser muy contenidas.